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ellos continuaron corriendo solos durante kilómetros, sin necesidad que yo les
condujese. Bien es verdad que siempre que había ocurrido esto, iba siguiendo a otro
trineo y su propio instinto les había hecho continuar corriendo. ¿Qué habrá ocurrido
hoy?. ¿Se habrán parado o no?& , no lo sé. La respuesta a esta pregunta era una gran
incógnita, pero aún y así, su resultado era crucial para mi supervivencia.
No dejaré que el pesimismo me invada, sé que es mi peor enemigo junto con el
decaimiento físico y la pérdida de la esperanza; ninguno te ayuda y, en el peor de los
casos, cualquiera de ellos puede acabar contigo.
Inicio mi marcha algo vacilante y tambaleándome todavía. Camino paso tras paso, un
pie delante del otro, lentamente, mirando siempre alrededor para descubrir mi trineo,
aunque sin poder ver realmente hacia dónde me dirijo.
Mi única meta era no perder de vista los surcos todavía tenuemente dibujados en el
terreno. Estas líneas serían las que me conducirían hasta mis perros y estos hacia mi
destino. Debía concentrarme en ello y no permitir que el frío me derrotase.
A pesar de estar sin descanso y en continuo movimiento, sigo estando helado y
entumecido, no consigo hacer reaccionar mi cuerpo, no entro en calor. Siento
escalofríos que me recorren la espalda. Mis pies están helados y mis manos también,
aunque por suerte, todavía conservo las manoplas. Debo marchar más deprisa para
generar calor, pero me faltan las fuerzas necesarias para incrementar el ritmo. Camino
sin voluntad, de una forma automática, ingenuamente persiguiendo la, cada vez más
lejana, esperanza de que los perros se hubiesen detenido y me estuviesen esperando.
¡Absurda idea!.
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Lientera de Relatos El gran lobo
En la vida, sólo existe una cosa más decepcionante que no intentar algo, ésta es,
intentarlo y no conseguirlo.
Llevo rato caminando, tal vez, horas, pero no tengo la certeza de que sea así. Se ha
hecho casi de noche y, hasta este momento, realmente no lo había notado. Camino en
la penumbra, desvalido por la ceguera que proporciona la escasez de luz.
Ha dejado de nevar aunque la ventisca continúa, ahora aparecerá el frío que genera la
helada. Es demasiado tarde para intentar buscar un lugar donde guarecerme, lo tenía
que haber hecho antes. Soy un estúpido, he estado vagando hasta agotar la luz y casi
todas mis fuerzas.
El hombre es un ser dotado de raciocinio, pero en las situaciones adversas, cuando cae
presa de su propia desesperación, es capaz de aferrarse a las ideas más absurdas
como únicas tablas de salvación, autoconvenciéndose de imposibles que carecen de
toda lógica contradiciendo los propios dictados de la razón. Ése creo que ha sido mi
caso, caminando y caminando sin obtener resultado, pero no tengo nada más al
alcance de mi mano.
Llego cerca de unas rocas, aquí estaré al resguardo del viento helado. La temperatura
debe estar descendiendo por debajo de los cero grados. Prepararé un nicho en la nieve,
para pasar la noche. El hielo se mantiene cerca de los cero grados, por eso los
esquimales se encuentran confortables dentro de sus iglúes. La temperatura ambiente
en el exterior puede llegar a alcanzar bastantes grados bajo cero, éste es el verdadero
enemigo.
Solo, en mitad de aquella oscuridad únicamente interrumpida por la blancura
dominante, comienzo a cavar el agujero con las manos protegidas por las manoplas.
Me doy prisa antes que sea más tarde. Son mis últimas fuerzas y no las debo
desperdiciar.
Llevo un rato excavando y parece que hace una eternidad que comencé. Creo que hay
suficiente profundidad y con la nieve que he sacado, he construido un ribete a modo de
pequeño muro alrededor del agujero, así no tengo que ahondar tanto.
Las piernas se me han quedado entumecidas por estar tanto rato de rodillas. Hay
partes de mi cuerpo que hace rato que no las siento. He intentado en vano mover los
dedos de los pies y, éstos, no han obedecido y, si lo han hecho, no los he sentido. Esto
no va a solucionarse en el hoyo, será peor una vez me meta allí. Sin embargo, y a
pesar de ello, estoy convencido de estar vivo porque la herida de la frente me duele, me
duele muchísimo, enviando punzantes rayos de dolor hacia mi cerebro en cada bombeo
de mi corazón.
Me introduzco ansioso en el agujero con la seguridad que aquello me ayudará a
conseguir pasar la noche al abrigo.
Hace rato que estoy embutido en este maldito hoyo. Agotado, me apretujo más aún en
un fugaz intento por conservar el poco calor que queda en mi cuerpo.
El tiempo transcurre lentamente, al menos, ésa es la impresión que me invade, la del
moribundo que observa el avance de su agonía.
Entro en tiritera; los temblores vienen acompañados de bruscos escalofríos que, a
modo de espasmos involuntarios, me recorren todo el cuerpo.
Han cesado los tembleques, bien podría pensar que es un buen síntoma, pero conozco
la evolución de la hipotermia, sé que es todo lo contrario. Tiritar es un mecanismo
reflejo del cuerpo que se dispara, automáticamente, en un intento por generar calor
haciendo trabajar involuntariamente a los músculos; esto ocurre cuando la temperatura
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corporal interna desciende por debajo de los treinta y cinco grados centígrados. Soy
consciente que éste es sólo el primer indicio que avisa que la pérdida de calor en el
cuerpo es excesiva. Cuando el temblor cesa sin haber entrado en calor, significa que el
organismo no es capaz de recuperarse por sí mismo, en ese momento, la temperatura
interna está por debajo de los treinta y dos grados. Los siguientes pasos en la
degradación física son: la pérdida de la lucidez, el desvarío y el fallecimiento del
individuo. Así pues, reconforta dejar de temblar, pero mortifica tener la certeza que me
precipito a una muerte segura.
Estoy preocupado. Hace tiempo que me duelen las orejas. No me las puedo frotar para
calentarlas porque el dolor es mayor aún. Creo que ya no razono con agilidad, hasta el
cerebro se me está helando. Me vienen a la mente ideas e imágenes inconexas, sin
lógica alguna, como cuando se está en entrevelas en una noche de mal dormir. El
agotamiento quiere dar paso al sueño, no es prudente en mi estado de fuerzas dejarme
llevar por el cansancio.
Levanto la mirada hacia el cielo, sólo acierto a distinguir algunas estrellas en el
firmamento. Las contemplo allí, estáticas, titilando, observándome por encima de mi
realidad. Quisiera estar lejos de aquel agujero, en una de ellas para contemplarme
desde arriba. Me pregunto& , cómo sería verme morir desde fuera de mi propio cuerpo,
al igual que si fuese un extraño el que estuviese exhalando su último aliento. Me
pregunto de nuevo, se puede ver uno a sí mismo expirando el último suspiro de vida
como si tu cuerpo fuese el de otro y, a la vez, continuar sintiéndote vivo. ¡Difícil
pregunta!. ¡Quién tuviese la respuesta!.
Una sensación de frío glacial, se ha apoderado de mí y me va calando, poco a poco,
como la llovizna fina y suave que cae en un atardecer otoñal.
Cada vez me siento más torpe, no me sorprendo, es predecible, no siento los dedos de
los pies y pronto también ocurrirá lo mismo con los de las manos, mas no tengo fuerzas
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