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consigue una cantidad de polvo. Nos atacarán primero para intentar borrarnos del mapa y tener
así las manos libres. Nueva York y Washington en una sola noche y luego todas nuestras áreas
industriales en tanto que seguimos estando política y económicamente desorganizados. Pero
nuestro ejército no se encontraría en esas ciudades; tendríamos aeroplanos y un suministro de
polvo allí donde la primera rociada no les toca. Nuestros chicos, valerosa y justicieramente, se
encargarían entonces de envenenar sus grandes ciudades. Y el intercambio seguiría hasta que la
organización de cada país hubiera sido lo bastante destrozada como para no ser capaz de seguir
manteniendo un nivel de industrialización lo bastante alto para atender a los aeroplanos y
fabricar el polvo. Eso quiere decir que durante el proceso habría plagas y hambres masivas. Les
dejo que añadan los detalles.
»Las demás naciones se unirían al juego. Seria una estupidez suicida, por supuesto, pero no
hace falta tener cerebro para probar suerte con esto. Todo lo que hace falta es un grupo muy
pequeño, hambriento de poder, unos cuantos aeroplanos y una cantidad de polvo. Es un círculo
vicioso que no puede ser detenido hasta que el planeta entero haya descendido a un nivel
económico lo bastante bajo como para no ser capaz de sostener las técnicas necesarias para
seguir luchando. Según mis cálculos se llegaría a tal punto cuando aproximadamente tres cuartas
partes de la población mundial hubiera muerto a causa del polvo, el hambre o las enfermedades y
la cultura se hubiera reducido a la escala de los campesinos y las aldeas.
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»¿Dónde está su Constitución y su Declaración de los Derechos si permiten que suceda todo
eso?
Lo he abreviado un poco pero ese fue el meollo de cuanto dijo. Me habría sido imposible
dejar por escrito aquí cada palabra de una discusión que se prologó durante días enteros.
Luego fue el secretario de Marina quien se encargó de atacarle.
¿No se está poniendo algo histérico, coronel? Después de todo, el mundo ha visto
montones de armas que iban a volver la guerra algo tan horrible que resultaría imposible pensar
en hacerla. Gas venenoso, tanques, aeroplanos..., incluso las armas de fuego, si recuerdo bien
mis lecciones de historia.
Manning sonrió con cierto sarcasmo.
Un punto para usted, señor secretario. «Y cuando llegó realmente el lobo, el muchachito
gritó en vano.» Imagino a la Cámara de Comercio de Pompeya ofreciéndole el mismo argumento
a un precursor de la vulcanología lo bastante timorato como para tener miedo del Vesubio.
Intentaré justificar mis temores. El polvo difiere de cualquier arma anterior en su capacidad letal
y en lo sencillo de su utilización pero, y eso es lo principal, en que no hemos desarrollado
defensa alguna contra él. A causa de cierto número de razones bastante técnicas, no creo que lo
consigamos nunca, al menos durante este siglo.
¿Porqué no?
Porque no hay modo alguno de contrarrestar la radiactividad aparte de interponer entre
usted y ella un escudo de plomo a prueba de aire. La gente podría sobrevivir en ciudades
subterráneas totalmente cerradas, pero nuestra cultura, la que nos caracteriza como
norteamericanos, no podría ser mantenida.
Coronel Manning le dijo el secretario de Estado , creo que ha pasado usted por alto la
alternativa más clara.
¿De veras?
Sí..., mantener el polvo como nuestro secreto particular, seguir nuestro propio camino y
dejar que el resto del mundo cuide de sí mismo. Ése es el único programa que encaja con
nuestras tradiciones.
El secretario de Estado, a decir verdad, era un hombre excelente, un caballero como los de
antes, y no era ningún estúpido pero sí algo lento a la hora de asimilar las nuevas ideas.
Señor secretario dijo Manning con voz respetuosa , ojala nos pudiéramos permitir el lujo
de ocuparnos de nuestros asuntos. Ese sería mi deseo. Pero según las opiniones de todos los
expertos no podemos mantener el control de este secreto a no ser mediante rigurosos métodos
policíacos. Los alemanes nos pisaban los talones en la investigación nuclear; fue pura suerte el
que nosotros lo consiguiéramos antes. Le pido que imagine a la Alemania de hace un año... con
un cargamento de polvo en su poder.
El secretario no respondió pero vi cómo sus labios formaban la palabra «Berlín».
Siguieron hablando. El presidente había permitido deliberadamente que Manning se
encargara de recibir todos los palos durante la discusión, conservando intacta su reserva de buena
voluntad para convencer a los más escépticos. Decidió que el asunto no debía ser sometido al
Congreso: los aeroplanos cargados de polvo estarían sobre nuestras cabezas antes de que todos
los senadores hubieran terminado con su intervención. Lo que pretendía hacer quizá fuera
anticonstitucional pero. si dejaba de actuar. quizá muy pronto no hubiera ninguna Constitución.
Había precedentes: la proclamación de Emancipación, la doctrina Monroe, la compra de
Luisiana, la suspensión del habeas corpus durante la guerra de Secesión y el acuerdo de los
Destructores.
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