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«Seguidamente, se me ocurre de pronto una idea: ¿por qué no abandono esta casa de misterio y de
terror? Luego, como en respuesta, surge efímera ante mis ojos, la visión portentosa del Mar del
Sueño; el Mar del Sueño donde me ha sido dado encontrarme con ella, después de años de
separación y dolor. No; sé que me quedaré aquí ocurra lo que ocurra.
«Desde la ventana lateral, vigilo la densa negrura de la noche. Vuelvo la mirada hacia la habitación,
y mis ojos se van demorando de objeto en objeto. De repente, me asomo a la ventana, y miro a mi
derecha; contengo el aliento, y me agacho asustado al descubrir algo al otro lado de la ventana,
junto a la reja. Es un enorme, brumoso rostro de cerdo, en el que fluctúa un resplandor llameante de
verdosos matices. Es la Entidad de la Arena. De su boca temblona parece gotear una baba continua,
fosforescente. Sus ojos observan el interior de la estancia con expresión inescrutable. De modo que
yo permanezco en mi butaca, rígido..., helado.
«La Entidad ha empezado a moverse. Se vuelve lentamente hacia mí. Su rostro se enfrenta directa-
mente conmigo. Me ve. Dos ojos enormes, inhumanos, me miran a través de la semioscuridad.
Siento un terror frío; sin embargo, soy vivamente consciente, y observo que las distantes estrellas
quedan oscurecidas por el volumen de este rostro gigantesco.
»Un nuevo horror se ha adueñado de mí. Me levanto de la silla, sin propósito alguno. Estoy de pie,
y algo me impulsa a dirigirme hacia la puerta que da acceso a los jardines. Quiero detenerme, pero
no puedo. Una fuerza inexorable domina mi voluntad, y avanzo lentamente, sin quererlo,
resistiéndome. Mi mirada vaga por la habitación, y se detiene en la ventana. El enorme rostro de
cerdo ha desaparecido; y oigo de nuevo el mismo ruido furtivo: pad, pad, pad. Se detiene en la
puerta..., la puerta hacia la que me siento atraído...
«Sobreviene un corto, intenso silencio; luego surge un ruido. Es la aldaba al ser levantada
lentamente. Yo me siento lleno de desesperación. No quiero dar un solo paso más. Hago un
ímprobo esfuerzo por regresar, pero aunque lo intento con todo mi ser, hay un muro invisible detrás
de mí que me lo impide. Dejo escapar un gemido, en la agonía de mi horror, y el sonido de mi voz
me estremece a mí mismo. Nuevamente oigo el golpeteo, y siento que me recorre un escalofrío. Me
debato..., lucho e intento retroceder, retroceder; pero es inútil...
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HOGDSON, W. HOPE LA CASA EN EL CONFIN DE LA TIERRA
«Estoy en la puerta y, maquinalmente, observo cómo mi mano se levanta y descorre el pestillo de
arriba. Lo hace sin volición alguna por mi parte. Mientras alcanzo el pestillo, la puerta es sacudida
violentamente, y percibo una nauseabunda vaharada de aire fétido que parece filtrarse por los
intersticios de la puerta. Tiro del pestillo, despacio, a la vez que me debato interiormente. Sale de
su hueco con un clic, y empiezo a temblar angustiado. Quedan aún el de abajo, al pie de la puerta y
el cerrojo, un sólido artefacto colocado en el centro. Durante quizá un minuto, me quedo con los
brazos colgándome a los lados. El influjo que me impulsa a manipular los cerrojos de la puerta
parece haber desaparecido. De repente, oigo un súbito repiqueteo de hierro a mis pies. Miro
rápidamente y observo, con indecible terror, que es mí pie el que descorre el pestillo de abajo. Una
sensación de pavoroso desamparo se apodera de mí... El pestillo sale de su agujero con leve ruido,
y me tambaleo, cogiéndome al gran cerrojo del centro para sostenerme. Transcurre un minuto, una
eternidad; luego, otro... ¡Dios mío, ayúdame! Me siento impulsado a descorrerlo. ¡No quiero! Antes
morir que abrirle la puerta al Terror que espera al otro lado de la puerta. ¿No hay escapatoria?...
¡Dios, ayúdame, he sacado medio cerrojo de su agujero! Mis labios profieren un alarido de terror;
el cerrojo está casi fuera ahora, y mis manos inconscientes siguen empujándome hacia mi
perdición. Sólo una fracción de acero se interpone entre mi alma y el Horror. Grito por segunda vez
en una suprema agonía;' luego, con un esfuerzo .indecible, aparto las manos. Mis ojos dejan de ver.
Una inmensa negrura se abate sobre mí. La naturaleza ha venido a rescatarme. Siento ceder mis
rodillas. Suena un golpe sordo contra la puerta y caigo, caigo...
»He debido de estar en el suelo lo menos un par de horas. Al recobrarme, me doy cuenta de que la
otra vela se ha consumido, y que la habitación ha quedado casi totalmente a oscuras. No puedo
ponerme en pie, porque estoy frío y terriblemente entumecido. Sin embargo, tengo el cerebro
completamente lúcido, y no siento ya la tensión de esa impía influencia.
«Cautelosamente, me pongo de rodillas, y alargo la mano a tientas buscando el cerrojo central. Lo
encuentro, y lo vuelvo a pasar; luego el pestillo del pie de la puerta. Ya soy capaz de incorporarme,
y compruebo el pestillo de arriba. Después de eso, me pongo de rodillas otra vez, y me pongo en
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