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Después de acabadas las exequias de la sepultura, la dueña luego
procuró de ir adonde estaba su marido, para lo cual comenzó a tentar todas
las vías que pudo, de las cuales le pareció la más reposada y mansa, que no
ha menester cuchillo ni espada, y semejante a una apacible holganza, la
hambre; y escogiendo ésta por mejor para morir, ya había pasado algún día
sin comer, estando escondida en hondas tinieblas, llorando y
malaventurada, donde así deliberaba de morir. Mas Trasilo, con instancia
malvada, unas veces por sí mismo y otras por los familiares de casa y por
los parientes y padres de la misma moza, trabajó con ella que confortase los
miembros casi ya desfallecidos, amarillos y sucios de la hambre, lavándose
y comiendo algún poco. Ella, como tenía mucha reverencia a sus padres,
aunque contra su voluntad, por satisfacer a la obediencia que era obligada,
obedeció, pero no con gesto alegre, aunque un poco más que solía, e hizo lo
que le mandaban, comiendo como hacen los que quieren vivir, como quiera
que todos los días y noches consumía en lloroso deseo. Y dentro en su
pecho y de sus entrañas se deshacía su corazón llorando y plañendo de
continuo. Y la imagen de su marido difunto, que ella había hecho a su
semejanza del dios Baco, y continuamente adoraba y honraba como a Dios,
le era solaz; en el cual se atormentaba. Trasilo, como era hombre
arrebatado y temerario, como su nombre lo declara, antes que las lágrimas
hubiesen satisfecho al dolor y antes que el furor del corazón cesase y el
llanto se aplacase, no habiendo pasado mucho tiempo para que la pena se le
amansase, que aun estaba llorando a su marido, mesándose los cabellos y
rasgando sus vestiduras, no dudó de hablarle, diciéndole que se casase con
él, y con la poca vergüenza que tenía, no dudó tampoco descubrirle el
secreto de su pecho y los inefables engaños y maldades que pensaba.
Carites, cuando esto oyó, espantose de voz tan nefanda, y fue herida así
como de un gran trueno o relámpago, o como de un rayo del cielo, de
manera que cayó su cuerpo y el ánimo se obscureció. Pero dende a un
poco, tornando algo en sí, comenzó a hacer un fiero llanto y lloro; y
mirando que sobre aquel negocio que el malvado Trasilo le proponía era
razón de mirar, puso el deseo del demandador en dilación de mayor
consejo, y esa misma noche le apareció el ánima del mezquino de su
marido Lepolemo, que era muerto, la cual, alzando la cara ensangrentada,
amarilla y muy disforme, quebrantó el casto sueño de su mujer, diciendo:
-Señora mujer, lo cual no conviene que de otro hombre ninguno te sea
dicho, ni por este nombre seas de otro llamada: si tienes memoria en tu
corazón y te recuerdas de mí, o si por ventura el vínculo del amor se te ha
quitado del corazón por el acaecimiento de mi grave y amarga muerte; yo
te doy licencia para que te cases en buena hora con quien quisieres, con tal
condición que jamás vengas a poder del traidor sacrílego de Trasilo, ni
hables con él, ni te sientes a la mesa, ni duermas en cama con él; huye de su
mano sangrienta que me mató. No quieras comenzar bodas con quien mató
a tu marido, que aquellas llagas, cuya sangre lavaron tus lágrimas, no son
todas de las navajas del puerco, porque la lanza del malvado de Trasilo me
hizo ajeno de ti.
Y de esta manera le contó todas las otras cosas, por donde le manifestó
toda la traición como había pasado. Ella, como estaba muy triste, con sueño
muy temeroso, apretó la cara con la ropa, y durmiendo le manaban tanto las
lágrimas, que bañaba la cama, y despertó muy espantada del reposo que
tenía sin holganza, así como si despertara espantada de un gran trueno; y
tornando a su lloro comenzó a dar aullidos y gritos muy largamente, y
rompida la camisa, se daba de bofetadas con las manos en la cara. Pero con
todo esto, nunca descubrió a persona el sueño que había visto, y disimulada
la traición y maldad de Trasilo, deliberó consigo de matar al malvado
matador y de apartarse ella y salir de vida tan mezquina y desdichada. Otro
día siguiente, he aquí dónde torna otra vez el abominable demandador de
placer tan presto y no convenible, y comenzó a porfiar en las orejas que
estaban cerradas para entender en cosa de casamiento; pero ella, con
astucia maravillosa, disimulando su corazón, comenzó blandamente a
menospreciar las palabras de Trasilo, el cual, con mucha instancia,
importunaba y humildemente le rogaba que quisiese casarse con él, y ella le
respondió:
-Aun ahora, le hermosa cara de tu hermano y mi amado marido se
representa ante mis ojos, y aun el olor celestial de su cuerpo dura en mis
narices, y aun también aquel hermoso Lepolemo vive dentro de mi corazón.
Por ende, tú tomarás buen consejo si concedieres tiempo necesario para el
luto y llanto que una mezquina hembra como yo es obligada a hacer
legítimamente por su marido, hasta que pasen algunos meses y se cumpla el
año, lo cual cumplirá así a mi honra como al provecho de mi salud. Porque,
por ventura, con la prisa de nuestro casamiento, no resucitemos el ánima de
mi marido con su causa y enojo justo, para daño y fin de su salud y vida.
Trasilo, no satisfecho con estas palabras ni contento al menos con el
prometimiento que le hacía de aquel poco tiempo, tornó a porfiar, echando
palabras falsas de su lengua lastimera, hasta tanto que Carites, vencida de
su importunidad, con gran disimulación, comenzó a decir de esta manera:
-Necesaria cosa es, Trasilo, que tú me otorgues lo que con mucha gana y
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