[ Pobierz całość w formacie PDF ]
antes de llegar al otro extremo le iba a dar tortcolis, a menos que...
Empuj la camilla. Haban retirado la sbana con que habamos cubierto a Del
(probablemente para incinerarla), de modo que la colchoneta de cuero negro estaba desnuda.
-Sube -dije a John. Me miró dubitativo y lo anim con un gesto-. As ser ms sencillo para
todos.
-De acuerdo, jefe Edgecombe.
Se sentó y luego se acostó, mirndonos con preocupación. Sus pies, calzados con las
zapatillas baratas de la prisión, casi rozaban el suelo. Bruto se colocó ante ellos y empujó a Coffey
por el hmedo pasillo, del mismo modo que haba empujado a tantos otros. La nica diferencia era
que esta vez el hombre tendido en la camilla respiraba. A mitad de trayecto (debamos de estar
debajo de la autopista, y a cualquier otra hora habramos odo los sonidos amortiguados de los
coches), John comenzó a sonrer.
-Eh -dijo-. Esto es divertido.
Se me ocurrió que quiz no pensara lo mismo la próxima vez que hiciera aquel recorrido. De
hecho, la próxima vez no pensara en nada en absoluto. O s? Los restos siguen all, haba
dicho. Poda or sus gritos.
Sent un escalofro que me hizo temblar, pero los dems no lo advirtieron porque iba el
ltimo.
-Espero que te hayas acordado de traer a Aladino dijo Bruto cuando llegamos al final del
tnel.
-No te preocupes -respond.
Aladino no era diferente de las dems llaves que llevaba conmigo, y tena un llavero que
deba de pesar dos kilos, pero era la llave maestra por excelencia, la que abra todas las puertas. En
aquellos tiempos haba un Aladino para cada uno de los cinco bloques de la prisión y siempre
estaba en manos del encargado de bloque. Los dems guardias podan tomar la llave prestada, pero
sólo el gran jefe estaba autorizado a cogerla sin firmar un papel.
Al final del tnel haba una puerta con barrotes de acero. Me recordaba las fotografas que
haba visto de antiguos castillos; ya sabis, castillos de los tiempos de los guerreros audaces,
cuando la caballera estaba en pleno apogeo. Aunque Cold Mountain no era Camelot. Al otro lado
de la puerta haba un cartel que rezaba: PROHIBIDO EL PASO. PROPIEDAD DEL ESTADO.
VERJA ELECTRIFICADA.
Abr la puerta y Harry la cerró. Subimos por las escaleras; Coffey iba nuevamente delante,
con los hombros encorvados y la cabeza gacha. Al llegar arriba, Harry lo adelantó (no sin
dificultad, aunque era el ms pequeo de todos) y abrió el tabique de acero. Era pesado. Harry
poda moverlo, pero no levantarlo.
-Djeme, jefe -dijo John. Volvió a ponerse al frente, aplastando a Harry contra la pared, y
levantó el tabique con una sola mano. Cualquiera hubiera dicho que no era de acero sino de cartón
pintado.
Una racha de aire fresco, empujada por el viento de las montaas que soplara la mayor parte
del tiempo hasta marzo o abril, nos dio en la cara. El viento arrastró una nube de hojas secas y
John Coffey cogió una con la mano libre. Nunca olvidar la forma en que la miró ni cómo se la
acercó a la nariz ancha y armoniosa para olerla.
-Vamos -dijo Bruto-. Adelante.
Una vez al otro lado, John bajó el tabique y Bruto-lo cerró. Aladino no era necesaria para
esta puerta, aunque s para la verja electrificada que- la protega.
-Mantn las manos pegadas al cuerpo al pasar, grandullón -murmuró Harry-. No toques los
cables o te quemars.
Por fin salimos a la cuneta de la carretera (supongo que debamos de parecer tres colinas
alrededor de una montaa), y contemplamos los muros, las luces y las torres de vigilancia de la
penitenciara de Cold Mountain. Por un instante divis la silueta de un guardia dentro de una de las
torres, soplndose las manos para darse calor. Las ventanas de la torre que daban a la carretera eran
pequeas y no habra que prestarles mayor atención. Sin embargo, debamos guardar absoluto
silencio. Y si en ese momento apareca un coche, tendramos problemas.
-Sigamos -murmur-. T ve delante, Harry.
Caminamos por la carretera en fila india. Harry primero, luego John Coffey, Bruto, y yo el
ltimo. Ascendimos por l
a primera cuesta y bajamos al otro lado, desde donde lo nico que se vea
de la prisión eran las luces por encima de los rboles. Harry siguió adelante.
-Dónde has aparcado? -murmuró Bruto, exhalando una nube de vapor por la boca-. En
Baltimore?
-Est aqu mismo -respondió Harry con tono nervioso e irritable-. No seas impaciente,
Brutus.
Pero, por lo que vi, Coffey habra estado encantado de seguir caminando hasta que saliera el
sol, quiz incluso hasta que volviera a ponerse. Miraba a todas partes y sólo se sobresaltó (no de
miedo sino de alegra, estoy seguro) cuando oyó el ulular de un bho. Tuve la impresión de que
aunque dentro de la prisión tema la oscuridad, fuera no lo asustaba en absoluto. Acariciaba la
noche, la palpaba con todos sus sentidos como un hombre restriega su cara contra las hondonadas
y protuberancias del pecho de una mujer.
-Hay que girar aqu -murmuró Harry.
Un pequeo camino -estrecho, sin pavimentar y cubierto de malezas- sala hacia la derecha.
Torcimos por l y caminamos otros trescientos metros. Bruto comenzaba a protestar otra vez
cuando Harry se detuvo, giró a la izquierda y comenzó a retirar ramas de pino. John y Bruto lo
ayudaron, y antes de que pudiera unirme a ellos dejaron al descubierto el morro abollado de una
vieja furgoneta Farmall, con los faros encendidos mirndonos como un par de ojos saltones.
-He tomado el mximo de precauciones, sabes? -dijo Harry a Bruto en voz baja y
regaona-. Es probable que todo esto te resulte divertido, Brutus, pero yo vengo de una familia
muy religiosa; tengo primos tan santones que a su lado los cristianos parecen leones, y si me pillan
haciendo algo as...
-De acuerdo -dijo Bruto-. Es que estoy nervioso.
-Yo tambin -replicó Harry con aspereza-. Y ahora vamos a ver si esta maldita furgoneta se
digna arrancar...
Rodeó el vehculo, todava murmurando, y Bruto me hizo un guio. En cuanto a Coffey, era
como si hubiera dejado de existir. Tena la cabeza echada hacia atrs y contemplaba extasiado las
estrellas que cubran el cielo.
-Si quieres, ir atrs con l -ofreció Bruto.
Detrs de nosotros, el motor de arranque del Farmall gimió como un perro viejo que intenta
levantarse una maana de invierno, y enseguida cobró vida con un rugido. Harry hizo girar la llave
y esperó a que el ruido se convirtiera en un murmullo continuo.
-No es preciso que lo acompaemos los dos. T ve delante -dije-. Podrs viajar con l en el
camino de regreso. Eso si no volvemos todos en un furgón para presidiarios.
[ Pobierz całość w formacie PDF ]