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lles y paisajes. No es necesario transformarlos a fin de darles más no-
bleza; les basta existir para ser dignos de interés. La Naturaleza en sí
misma, en cualquier forma que se presente, humana, animal, vegetal,
animada o inanimada, con sus irregularidades, sus pequeñeces, sus
lagunas, tiene razón de ser tal como es; en cuanto se acierta a com-
prenderla, inspira simpatía y gozo su presencia. El objeto del arte no
es alterarla, sino interpretarla; a fuerza de cariño la hermosea.
Entendido de tal suerte la pintura, lo mismo puede representar la
mujer hacendosa que hila en su cabaña, el carpintero que desliza el
cepillo sobre su banco de trabajo, el cirujano que cura el brazo de un
rústico, la cocinera que ensarta un pollo en el asador, la dama rica a
quien ayudan en su tocado; todos los interiores, desde el zaquizamí
hasta el salón; todos los tipos, desde la cara de pascua del bebedor in-
saciable hasta la sonrisa tranquila de la joven bien educada; todas las
escenas de la vida elegante o rústica: una partida de naipes en una sala
tapizada de áureos florones una comilona de campesinos en una posa-
da desmantelada, unos patinadores sobre el canal helado, las vacas en
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el abrevadero, unas barcos en el mar, y toda la variedad infinita del
cielo, de la tierra, del agua, del día y de la noche. Terburg, Metzu,
Gerardo Dowo, Van der Meer de Delft, Adrián Brouwer, Schalken,
Franz Mierig, Juan Steen, Wouwermans, los dos Van Ostade,
Wynants, Cuyp, Van der Neer, Ruysdael, Hobbema, Pablo Potter,
Backhuysen, los dos Van den Velde, Felipe de Kænig, Van der He-
yden, ¡cuántos podríamos citar!... No hay ninguna escuela en que los
talentos originales sean más numerosos. Cuando el arte tiene por do-
minio, no una cima limitada, sino toda la amplia extensión de la vida,
ofrece a cada espíritu su campo adecuado; el ideal es estrecho y no se
deja habitar mas que por dos o tres genios; la realidad es infinita y
deja libre espacio a cincuenta genios diferentes.
Una armoniosa Paz irradia de todas estas obras; mirarlas descan-
sa el ánimo. El alma del artista y de los personajes está equilibrada.
¡Qué gratamente se viviría en el fondo de esos cuadros! Salta a la vista
que su autor no concibe nada más allá de lo que representa; el pintor y
las figuras que copia están contentos de la vida; la Naturaleza le pare-
ce excelente, y lo único que añade a la realidad es una composición
hábil, un tono contrastando con otro, un efecto de luz, una selección
en las actitudes. Ante la Naturaleza está como un holandés casado y
feliz ante su mujer no pretende que sea de otra manera; la quiere por
hábito del corazón y por íntimas afinidades. Cuando más, un día de
fiesta le pedirá que se ponga el traje rojo, en vez del azul. No se pare-
cen estos artistas a nuestros pintores, observadores refinados, llenos de
lecturas de libros y periódicos de filosofía y de estética; que pintan un
aldeano o un obrero como pintarían a un turco o a un árabe, a título de
bicho raro y de ejemplar interesante, y que llevan al paisaje delicade-
zas y refinamientos de ciudadanos y de poetas para hacer que se des-
prenda de esos aspectos de la Naturaleza su vida latente y el ensueño
silencioso. El artista holandés es más ingenuo; el exceso de vida inte-
lectual no le ha desequilibrado ni sobreexcitado; comparado con nos-
otros es un artesano; cuando penetra en la pintura sólo tiene intencio-
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nes pictóricas; se impresiona menos ante el pormenor inesperado y
llamativo que ante los grandes rasgos generales y simples Por esa ra-
zón, su obra más sana y menos aguda se dirige a espíritus menos culti-
vados y agrada a mayor número de hombres.
Entre todos estos pintores, dos únicamente, Ruysdael, por una fi-
nura de alma y una superioridad de educación realmente extraordina-
rias, y, sobre todo, Rembrandt, por su peculiar estructura visual y su
portentoso genio selvático, han llegado, por encima de su nación y de
su siglo, hasta los instintos comunes que ligan entre sí las razas ger-
mánicas y conducen a los sentimientos modernos. Este último, colec-
cionista, solitario, arrebatado por unas facultades prodigiosas, vivió, a
semejanza de nuestro Balzac, como un mago y un visionario, en un
mundo fabricado por su talento y del cual él sólo tenía la llave. Supe-
rior a todos los pintores por la finura y agudeza nativas de sus percep-
ciones ópticas, ha comprendido y seguido en todas sus consecuencias
que, para la vista, la esencia total de una cosa visible está en la man-
cha, y que, por otra parte, el color más simple es infinitamente com-
plejo; que toda sensación visual no es mas que una mancha modificada
por otras manchas, y que de este modo el principal personaje de un
cuadro es el aire luminoso, vibrante e interpuesto, dentro del cual se
hallan las figuras como los peces dentro del agua. Ha hecho palpable
este ambiente, bullendo de vida misteriosa, llevando a él la luz de su
país, luz débil y amarillenta como la de una lámpara en una cueva; ha
sentido el doloroso combate que libra la luz con las tinieblas; el desfa-
llecer de los rayos más tenues, que van a morir en lo profundo; los
estremecimientos de los reflejos, que en vano se agarran a las relu-
cientes paredes, y todos los seres borrosos que pueblan la semiobscuri-
dad, extraña muchedumbre invisible a las miradas de los demás
hombres y que en los cuadros y estampas de este artista parece un
mundo submarino adivinado a través del abismo de las aguas. Al salir
de esta obscuridad, la luz plena ha sido para su mirada una lluvia
deslumbradora: la sintió como el resplandor de los relámpagos, como
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una iluminación mágica, como un haz de flechas. De tal suerte en-
contró en el mundo inanimado el drama más completo y, expresivo,
con todos los contrastes y todos los conflictos: lo más aterrador y
mortalmente lúgubre de la noche; lo más fugitivo y melancólico de las
sombras indecisas; lo más violento e irresistible de la irrupción de la
luz.
Hecho esto sólo faltaba juntar al drama natural el drama humano.
Un teatro así construido engendra por sí mismo sus personajes. Los
artistas de Grecia y de Italia sólo habían conocido los más hermosos
brotes del hombre y de la vida, las ramas más altas y airosas, la flor
rozagante que se abre bañada de luz. Rembrandt vio las raíces de este
árbol, todo lo que se arrastra y se enmohece en la sombra, los abortos
monstruosos y mezquinos, el pueblo oscuro de los pobres, la judería de
Ámsterdam, el populacho fangoso y dolorido de la gran ciudad y del
cielo inclemente; el mendigo patizambo, la vieja abotagada e idiota, la
cabeza calva del artesano envejecido, la faz lívida del enfermo; toda la
multitud hormigueante de las malas pasiones y las espantosas miserias
que pululan en nuestra civilización como los gusanos en un árbol po-
drido.
Después de caminar por esta senda comprendió plenamente la
religión del dolor, el verdadero cristianismo, y pudo interpretar la Bi-
blia como lo hubiese hecho un discípulo de Lollard, hallar nuevamente [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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